A los socios del Barça deberían importarles los traspiés jurídico-penales de los dos candidatos principales a la presidencia
Por estricta y enervante pereza mental, la seudoliteratura sobre el fútbol se ha refugiado en una especie de metafísica en pantuflas, insultante para Platón y gratificante para los tertulianos rancios de las TDT y los estetas del pan pringado. Según esta concepción de mercadillo, existiría un espacio ideal en los verdes céspedes del Edén donde los futbolistas juegan a coreografías estéticas, a esfuerzos épicos, a compromisos con los colores y a otras hazañas exaltantes del gregarismo tribal. Frente a ese mundo arquetípico, existiría otro terrenal, fangoso, hecho de balances económicos, tensiones políticas —un club es un territorio de poder—, rencillas y conflictos personales e institucionales. En la cháchara de taberna de las televisiones, los futbolistas “deben dedicarse a jugar al fútbol” y los terrenos de juego tienen que estar alejados del enredo político-económico. En fin, es más importante describir con entusiasmo un entrenamiento que analizar las cuentas de un club.
Pero la realidad ha demostrado que esa metafísica de botijo es un fraude. Si sobre el tapiz del Bernabéu o del Nou Camp aparecen futbolistas inspirados por las musas, incluso por el genio táctico de Aníbal o de Wellington, es porque un mantillo de contratos dudosos, combates despiadados por fichajes, información oculta, comisionistas y especulación urbanística permite que florezcan los jardines del talento. El fútbol se parece cada vez más a la política; comparte agentes, dirigentes y sufridores. Véase el caso de las próximas elecciones a la presidencia del FC Barcelona, mes que un club, uno de los equipos de más prestigio del mundo, una sociedad deportiva propiedad de sus socios —rara avis— y una de las pocas sociedades económicas capaces de desembolsar más de cincuenta millones por un jugador. Resulta que su candidato favorito y presidente actual, Josep María Bartomeu, está implicado en la fabricación del contrato irregular con Neymar, un escándalo fiscal y societario de peligrosa toxicidad para la fe en el fútbol. ¿No le importa eso al socio del Barça?
Su principal competidor, Joan Laporta, expresidente, también tiene una relación peculiar con la justicia. Durante su mandato, personas de su equipo pagaron supuestamente con fondos del club a una agencia de detectives para que espiaran a vicepresidentes y potenciales candidatos a la presidencia. El equipo de Laporta, si esto fuera cierto, habría actuado exactamente como una facción corrupta de un partido político (recuérdese el caso del espionaje de políticos del PP madrileño ordenado por sus correligionarios). Es obligado repetir la pregunta: ¿no le importa esto al socio del Barcelona?
La cruda realidad es que los artistas como Messi (presunto delito fiscal) y Neymar (contratos extravagantes) viven en el mismo mundo que los Bartomeu y Laporta. Y que la sociedad FC Barcelona no tiene —al parecer— candidatos a la presidencia sin mácula judicial. A los socios debería importarles esta disfunción democrática. Salvo que quieran escudarse en otra forma de pereza, la de la conspiración de Madrid.
Fuente: El País
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